¿Son necesarios los hombres para tener hijos? Ciertamente no, pero, sin duda alguna, resulta más fácil.
En 1978, nació la primera bebé por fecundación in vitro (FIV), un procedimiento en el cual la unión del óvulo con el espermatozoide se produce en un laboratorio. Este procedimiento, que fue revolucionario en aquel momento, se ha perfeccionado desde entonces convirtiéndose el algo rutinario. Se estima que desde entonces, cinco millones de bebés han nacido gracias a la fecundación in vitro.
Como siempre sucede con la ciencia, cuando logras superar un obstáculo, aparecen otros junto con nuevos interrogantes. Una de las preguntas más interesantes es si el espermatozoide es realmente esencial para la fecundación o si esta puede ocurrir sin él. Si se puede realizar la unión de un óvulo con un espermatozoide en el laboratorio y crear un feto con ADN compartido, ¿por qué no fecundar un óvulo con otro óvulo y obtener un feto procedente de dos mamás?
Investigadores de la Universidad de Tokio decidieron probar esta teoría con ratones. Los primeros experimentos no salieron bien: el óvulo fecundado se desarrolló durante unas horas, pero no así la placenta que alimenta el embrión. En otro experimento, fecundaron un óvulo vacío con dos espermatozoides, es decir, con material genético exclusivamente de dos papás. En este caso, se desarrollaron la placenta y el tejido embrionario exterior, pero no así el embrión.
Los decepcionantes resultados no desalentaron a los investigadores, sino que los motivaron a tratar de averiguar qué impide al óvulo fecundado convertirse en embrión y desarrollarse hasta convertirse en un nacimiento vivo. Su obstinación finalmente dio resultado y, después de unos años, 460 intentos y 10 nacimientos, uno de los ratones logró alcanzar la madurez. En un artículo publicado en Nature en 2004, los investigadores dirigidos por Tomohiro Kono presentaron a Kaguya: el primer ratón hembra nacido de la unión de material genético procedente de dos óvulos, sin un progenitor macho. Kaguya nació sana, se desarrolló adecuadamente e incluso tuvo descendencia al alcanzar la madurez.
¿En qué consistía la dificultad?
Resulta que al crear las células sexuales, el óvulo y el espermatozoide, algunos genes están sometidos a un fenómeno llamado impronta genética, que permite la identificación de su origen como paterno o materno. Al expresarse de un modo específico que depende del sexo del progenitor, estos genes quedarían inactivos aunque la secuencia de ADN sea la misma.
Naturalmente, un gen procedente de una fuente paterna “silencia” en ciertas condiciones al gen paralelo cuya fuente es materna, y un gen de una fuente materna “silencia” en ciertas condiciones el gen paterno paralelo. Este proceso es necesario para el desarrollo adecuado del embrión y de la placenta, y por eso mismo los embriones procedentes de dos genomas femeninos o dos genomas masculinos no se desarrollan adecuadamente.
Los investigadores lograron simular la situación natural manipulando los genes H19 e Igf2, que son esenciales para el desarrollo del embrión y de la placenta. El gen H19 se expresa en el cromosoma femenino regular mientras que el gen Igf2 está silenciado en el mismo cromosoma. En el cromosoma masculino sucede lo contrario. Debido a que los investigadores solo utilizaron núcleos de óvulos, omitieron el gen H19 en uno de ellos y, por lo tanto, causaron la expresión del gen Igf2, tal como sucede en la fecundación natural.
¿Niños sin padre?
¿Cuándo podrán tener hijos dos mujeres sin el aporte de un hombre? Probablemente no muy pronto, al menos no siguiendo el mismo procedimiento que dio lugar al nacimiento del ratón japonés. El procedimiento es mucho más complicado en seres humanos y, si no silenciamos los genes correctos o si silenciamos los genes incorrectos, se producirán cambios genéticos que no permitirán el desarrollo adecuado del feto. Además, hay un dilema ético en todo procedimiento que implica la ingeniería genética de óvulos humanos.
La solución podría surgir de un estudio publicado en diciembre de 2014 en Cell, en el cual investigadores dirigidos por Yakoub Hanna, del Instituto Weizmann, y Azim Surani, de la Universidad de Cambridge, presentaron un avance sin precedentes en el ámbito de la reproducción. Lograron producir, por primera vez, células madre humanas a partir de las cuales se pueden desarrollar más adelante espermatozoides y óvulos. Estas células podrían tener el potencial de convertirse en espermatozoides y óvulos maduros genéticamente compatibles con el paciente. En el futuro, quizás exista la posibilidad de crear nuevos métodos de tratamiento en el ámbito de la reproducción basados en este estudio e incluso posibilitar que una mujer se reproduzca con otra mujer.
El video presenta un reportaje de Sky News sobre un intento de desarrollar espermatozoides artificialmente.
Esther Haramaty